Vino a despedirla al atardecer, justo antes de la noche oscura.
Pensaba olvidarla antes del amanecer,
ansiaba fuera esá orilla su sepultura.
Quiso dedicarle un verso en forma de adios,
más, anclado a sus ojos flotaba su imagen,
grabado en el horizonte su nombre y
en la profundidad de su alma su amor.
Ahí, bajo sus pies morían las olas, pero ¿en realidad lo hacían?
Comprendió entonces que un adiós no es una despedida,
es un hasta pronto a la deriva.
A veces, hundiendo un recuerdo creemos que ahogamos un sentimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario